Fundada por los bizantinos y dominada por árabes y normandos, Caltanissetta conserva en su trazado urbano huellas de murallas medievales y torres de vigilancia hoy integradas en los palacios barrocos. La Catedral de Santa Maria la Nova y la iglesia de Santa Croce, con valiosos estucos tardo-renacentistas, dialogan con el sobrio barroco del Palacio Moncada, residencia principesca transformada en elegante centro cultural. Entre las callejuelas del casco histórico aún se respiran recuerdos de carusi y obreros que animaban las minas de azufre circundantes, mientras que el Museo Arqueológico custodia hallazgos que remiten a los santuarios nurágicos y a los asentamientos romanos que florecieron a lo largo del cercano río Salso. En la explanada frente al cerro de San Giuliano, un mirador natural permite abarcar con la vista todo el valle del Imera Meridional. La tradición gastronómica, nutrida por productos locales como el turrón, la cubbaita, el rollò, el pistacho y la almendra, se celebra en pequeños restaurantes con menús de temporada y en los mercados de barrio, cofres de colores y aromas mediterráneos.
Cada año, la fiesta del patrón San Miguel Arcángel y las procesiones de la Semana Santa renuevan ritos seculares entre coros de voces e iluminaciones sugestivas, confirmando a Caltanissetta no solo como cruce de épocas y estilos, sino como un auténtico laboratorio de patrimonios inmateriales donde historia, arte y folclore se entrelazan en una única e inolvidable experiencia de viaje.