Las lascas de sílex y la cerámica de la facies de Castelluccio testimonian una ocupación ya en la Edad del Cobre, seguida, entre los siglos IX y VII a. C., por un asentamiento sicano–sículo dedicado al pastoreo y al control de los intercambios de cereales. En el siglo VI a. C., la llegada de colonos de Akragas desencadenó un rápido proceso de helenización: el poblado fue transformado en un phrourion fortificado (una especie de base militar), rodeado de murallas de bloques almohadillados y dotado de una poderosa torre cuadrada, sacada a la luz en las excavaciones de 1984. Dentro del recinto se distinguen los cimientos de un pequeño templo arcaico y de estancias domésticas donde se hallaron lámparas de aceite, jarras pintadas, un busto femenino de terracota y una cabeza de oferente, indicios de un culto ligado a la fertilidad de la tierra. En las laderas se extienden dos necrópolis de cuevas: las sepulturas, excavadas en la blanda calcarenita, devolvieron cráteras de figuras rojas, píxides y lekythoi, que reflejan la viva circulación de mercancías entre el mundo indígena y los talleres siceliotas.
Las investigaciones comenzaron a mediados del siglo XIX con Francesco Landolina y Antonino Salinas, continuaron en los años cincuenta bajo la dirección de Dinu Adameșteanu y concluyeron en 1984 con la finalización del plano de la fortificación. Los materiales más significativos, entre ellos la refinada phiale de plata dorada para libaciones, se exponen hoy en el Museo Arqueológico Regional de Caltanissetta.
El sitio, sin taquilla y de libre acceso, se alcanza en coche por la SP 122: un breve sendero señalizado conduce en unos diez minutos a la cima panorámica, desde donde la vista abarca las colinas de almendros y las antiguas minas de azufre. Paneles didácticos ilustran las fases cronológicas y, en los meses de verano, guías voluntarios organizan visitas al atardecer. Pasear entre los restos de Gibil Gabib significa revivir el encuentro de culturas que moldeó el corazón de la isla, captando de un solo vistazo la verticalidad arcaica de la acrópolis y la amplia respiración del campo nisseno.