Reconsecrada en 1153 por voluntad del conde Roger y de su esposa Adelasia, y confiada en 1178 a los canónigos regulares agustinos, fue la primera parroquia de la ciudad. Desde 1361 se sucedieron los abades, mientras que las restauraciones del siglo XVI de Fabrizio Moncada y las intervenciones del siglo XIX han preservado su integridad. La planta de nave única y triple ábside evoca simbolismos trinitarios propios de la arquitectura normanda, con pilastras y portales de clara matriz transalpina que se abren a un espacio esencial y muy recogido.
En el interior, la pila bautismal normanda, el coro de 1877 decorado con escudos episcopales, los frescos góticos–tardo-barrocos (Santa Mónica, Misa de San Gregorio, Pantocrátor) y la estatua del siglo XVI de la Virgen de las Gracias se acompañan de un Crucifijo de madera de extraordinaria factura y de la urna cineraria romana de Diadumeno, hallada en el lugar y hoy expuesta en el cercano Museo Arqueológico Regional.
Los frailes que vivían en el convento anejo crearon la receta del famoso Amaro Averna, receta que aún hoy sigue siendo secreta.