Del término árabe maqlūb, “tierra que se da vuelta”, las maccalube afloran aquí a 420 m de altitud, cerca de la aldea minera de Santa Bárbara. Los conos, de un metro de altura en promedio, se forman cuando burbujas de metano empujan hacia la superficie arcillas salobres y agua a presión; el barro, rico en sales, se seca en losas agrietadas que confieren al paisaje un aspecto lunar e impiden el crecimiento de la vegetación—razón por la cual la colina se llama “terrapelata”, es decir, “tierra pelada”. La actividad es generalmente tranquila, pero la crónica recoge esporádicos episodios paroxísticos con explosiones de barro y estruendos audibles a kilómetros, ligados a rápidas acumulaciones de gas en profundidad y estudiados para evaluar su peligrosidad.
Por su valor científico, el lugar ha sido incluido en el Inventario Regional de Geositios y clasificado como “geositio de interés nacional” dentro de la red del geoparque Rocca di Cerere, constituyendo un laboratorio natural para comprender el vulcanismo sedimentario del cuenca miocena siciliana. La zona, de libre acceso, se alcanza por un desvío de tierra desde la SP122: un sendero circular permite observar de cerca los conos y contemplar el curso del río Imera Meridional entre los acantilados blancos de yeso al fondo. En verano, al atardecer, la luz rasante enciende los cráteres con reflejos plateados mientras el olor sulfuroso se mezcla con el canto de las alondras esteparias; en invierno, en cambio, la colina se transforma en un tablero de ajedrez fangoso recorrido por hilos lechosos, recordando al visitante que aquí la tierra, de verdad, se da vuelta continuamente bajo sus pies.