Sus galerías, excavadas a mano en la compacta evaporita del Mioceno, estaban conectadas con pozos verticales y conductos de ventilación, mientras que en el exterior los calcheroni y los hornos Gill en funcionamiento permitían separar el azufre bruto de las impurezas, utilizando como combustible el mismo yeso extraído de las canteras adyacentes.
Los testimonios orales recogidos por asociaciones locales relatan el trabajo de los carusi, los jóvenes porteadores que, por empinadas pendientes, bajaban las losas de mineral hacia las áreas de secado, en un ritual cotidiano que unía esfuerzo y solidaridad comunitaria.