En los siglos XIX y XX, estas minas impulsaban la economía de Sicilia central: en 1834 existían 196 minas con más de 5.600 obreros, mientras que hacia 1900 se contaban casi 40.000 trabajadores distribuidos en unas 886 minas. El mineral se extraía a golpes de pico en galerías excavadas a mano (« pala e pico »), a menudo angostas y peligrosas, con frecuentes derrumbes que atrapaban a los mineros. El azufre se fundía luego en los característicos hornos Gill: el mineral se recogía en gavitte—grandes recipientes de madera—y, una vez solidificado, adoptaba la forma de las famosas losas llamadas “balate”.
Este proceso, sin embargo, resultaba contaminante, pues el azufre se transformaba en dióxido de azufre, nocivo para el medio ambiente y para las personas. Un aspecto trágico de la vida minera era la presencia de los carusi, niños de apenas 5 a 10 años, entregados a los picadores mediante un préstamo llamado soccorso morto. Obligados a transportar a hombros hasta 30 kg de material bajo tierra, deformaban sus cuerpos y a menudo quedaban atrapados en las galerías.
En la capital provincial, el Museo Mineralógico « Sebastiano Mottura » conserva una amplia colección de minerales, fósiles, herramientas de época, vagonetas y hornos Gill, mostrando la tecnología y las condiciones de trabajo en las minas de azufre sicilianas. A pocos kilómetros, el Museo de las Minas de Azufre de Trabia Tallarita ofrece experiencias inmersivas, reconstrucciones multimedia y testimonios directos de antiguos mineros.