La mina narra una historia de progreso y sacrificio desde su activación documentada ya en 1839 por las familias D’Oro y Curcuruto, que la convirtieron en una de las mayores solfataras de la zona. Sus imponentes estructuras exteriores—el pozo de extracción, los hornos calcaroni y los hornos Gill, hoy guardianes silenciosos de antiguas fatigas—ofrecen al visitante una impresión tangible de la revolución industrial decimonónica y de las técnicas de procesamiento del azufre, en aquella época recurso estratégico para la economía local y nacional.
Entre los episodios más dramáticos destaca la tragedia del 6 de junio de 1882, cuando el levantamiento del cable metálico provocó la ignición del polvo de azufre y una repentina ola de dióxido de azufre que, empujada por el aire en la galería, mató instantáneamente a trece mineros e hirió a decenas de trabajadores. Este suceso marcó profundamente la memoria colectiva, y solo en 2022 se colocó una lápida conmemorativa en el Cementerio de los Carusi para honrar a las víctimas.
La actividad extractiva continuó hasta mediados del siglo XX, con concesiones aún activas en los años sesenta, y dejó depósitos de azufre, yeso y calcita, testimonio de la riqueza del subsuelo siciliano. Hoy el complejo, visitable siguiendo itinerarios ciclopetonales o recorridos guiados, se presta a un sugestivo itinerario de arqueología industrial, donde la vegetación mediterránea envuelve las ruinas e invita a reflexionar sobre la dureza del trabajo de los carusi y la resiliencia de las comunidades mineras, en un contexto paisajístico que une naturaleza, historia y cultura popular.