Activa desde 1831 con el método tradicional de excavación manual, fue la única en transformarse en mina a cielo abierto a partir de 1950, gracias a la escasa profundidad del yacimiento, que permitía la extracción sin pozos subterráneos.
Tras su cierre, los residuos de explotación y las paredes yesíferas dieron lugar a un sugestivo estanque alargado en dirección Norte–Sur, hoy animado por vegetación ribereña y rodeado de cañaverales y arbustos colonizadores, donde el visitante aún puede reconocer, entre montones de materiales, las huellas de las calcarelle y de los hornos Gill ya en desuso.
Al recorrer los senderos que rodean la cantera, guías expertos narran las vivencias de los carusi — los jóvenes obreros que transportaban el mineral por rudimentarias galerías de descenso — y las dinámicas sociales y económicas de la “fiebre del azufre”, invitando a reflexionar sobre la relación entre el progreso industrial y el esfuerzo humano.