El conjunto presenta una historia milenaria de estratificaciones arquitectónicas y de funciones civiles y religiosas: fundado por voluntad de Guglielmo Peralta y de su esposa Leonor de Aragón, hija del marqués de Randazzo, el convento y la iglesia del Carmen se integraron dentro de las murallas de la ciudad en el siglo XVI, junto a las nuevas iglesias de San Giacomo y San Paolino, contribuyendo al trazado urbanístico renacentista de la ciudad antigua.
A lo largo de los siglos, la fachada experimentó continuas transformaciones, incorporando partes de la antigua fábrica conventual y añadiendo elementos neoclásicos y barrocos tardíos, hasta configurarse como el gran edificio amarillo de la Plaza Garibaldi, en diálogo con la catedral y la iglesia de San Sebastiano.
En el interior, el antiguo claustro se ha adaptado como patio de honor y las salas conventuales acogen hoy oficinas y salas de consejo, devolviendo a un lugar de clausura la vitalidad del poder municipal, en un continuum entre lo sagrado y lo profano que narra las vicisitudes políticas, religiosas y sociales de Caltanissetta.