El palacio acogió recepciones, conciertos y cumbres políticas (aquí se debatieron las primeras medidas de protección de los carusi de las minas de azufre) y recibió a personalidades como el primer ministro Francesco Crispi, gran admirador del conde. Aún hoy se conservan la capilla familiar con pavimento veneciano y el ascensor original de contrapesos, una rareza tecnológica para la época. Mientras el exterior conserva los sobrios tonos miel de la piedra local, el interior sorprende con la luz difusa de un lucernario policromo que inunda la escalera monumental con reflejos lagunares, haciendo vibrar estucos y espejos dorados.
Tras un período de parcial abandono, los descendientes emprendieron la restauración conservativa: hoy algunos ambientes albergan despachos profesionales y pequeñas exposiciones, mientras que el zaguán, abierto durante “Le Vie dei Tesori”, permite admirar el friso de estuco con los escudos entrelazados de las familias Testasecca y Longo. Enmarcado por las fachadas coetáneas de Benintende y Tumminelli-Paternò, el palacio narra de un solo vistazo la trayectoria de Caltanissetta entre epopeya minera, mecenazgo social y refinada civilización urbana, devolviendo al visitante la atmósfera sofisticada de una ciudad que, entre los siglos XIX y XX, gustaba definirse como la “pequeña Atenas” del interior siciliano.