El edificio, realizado en piedra de toba local, se desarrolla en dos niveles: el superior, con altos ventanales de arco rebajado, estaba destinado al secado del grano, mientras que la planta baja albergaba las provisiones destinadas a la población y a los animales durante los períodos de escasez. Los gruesos muros, de casi un metro, garantizaban un microclima estable, evitando variaciones térmicas que hubieran comprometido la calidad del trigo.
En el interior, una bóveda de cañón de ladrillo visto conservaba restos de enlucidos de cal y cocciopesto, mientras que el pavimento de barro cocido con canaletas para el drenaje de la humedad aún es visible en algunas partes. Un sistema de poleas y carretillas sobre rieles, integrado en los vanos de carga, facilitaba la manipulación de los sacos de grano.
En el siglo XIX, con la abolición de los derechos feudales, el granero se convirtió en almacén municipal y posteriormente en depósito de herramientas agrícolas: a esta fase corresponden los grafitis populares grabados en los muros, con nombres y fechas que conservan la memoria de los visitantes. Más recientemente, gracias a un proyecto de valorización financiado por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional, el granero ha sido restaurado, recuperando los enlucidos y consolidando las bóvedas, para transformarse en un espacio expositivo dedicado a los temas de la alimentación histórica y la seguridad alimentaria.