Portella del Tauro

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Portella del Tauro es una estrecha hendidura natural excavada hace milenios en la caliza miocénica, entre las colinas de Delia y Serradifalco.

Es un paso de extraordinario encanto paisajístico e histórico, donde geología, mito y tradición rural se entrelazan en un solo escenario. El nombre “Tauro” parece estar relacionado con los antiguos pastos donde los pastores llevaban antaño sus toros para aprovechar la hierba fresca de las laderas, siguiendo un sistema de trashumancia que unía las alturas yesíferas con los fondos de valle irrigados. El área de Portella era, de hecho, una parada obligatoria en la ruta ganadera, guardiana de antiguas vías pastoriles hoy apenas perceptibles entre las retamas y zarzas.
Al recorrer a pie el camino empedrado que queda entre las paredes calizas, aún se percibe el eco de los cencerros y la vida de los pastores que, a finales del siglo XIX, permanecían aquí durante días enteros, manteniendo viva una economía basada en rebaños y ganados. Las superficies de piedra blanca muestran claros signos de karstificación: surcos circulares que narran la lenta caída del agua en las profundidades, y respiraderos arcillosos donde los campesinos de Serradifalco solían recoger “arcilla roja” para teñir prendas de lana y ánforas de terracota.

Durante la Segunda Guerra Mundial, los partisanos encontraron refugio en las cavidades naturales de Portella, transformando pequeñas cuevas en refugios improvisados, cuyos restos de nichos y grafitis aún hoy escapan a la mirada distraída.
En el centro del paso, una pequeña explanada pavimentada con piedra local servía de mercado informal: cada lunes por la mañana, durante la “Feria del Toro”, agricultores y pastores se reunían para intercambiar quesos frescos, aceite de oliva, paja de trigo y ganado. El evento, hoy recordado solo en las historias de los mayores, formaba un microcosmos económico que alimentaba todo el interior.

Hoy en día, Portella del Tauro es un destino muy apreciado por senderistas y ciclistas de montaña. Los senderos señalizados se extienden por ambas laderas, ofreciendo vistas panorámicas sobre los valles del río Salso y la silueta lejana del Monte Genuardo. En primavera, la explosión de orquídeas silvestres y anémonas ilumina la cresta, mientras que en otoño los madroños y lentiscos se tiñen de rojo y oro, transformando el paisaje en una paleta de colores vibrantes.

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