Estos depósitos evaporíticos, que datan del Mesiniense (hace unos 5,5 millones de años), se formaron en un lago salado cerrado, donde el agua concentró sales y yesos hasta depositarlos en gruesas capas. Desde el siglo XIX, los mineros extraían bloques de “yeso de la Grasta” a través de galerías excavadas a mano, aprovechando las vetas puras para producir enlucidos y morteros de alta calidad. Aún hoy, los reflejos plateados y nacarados de los cristales emergen a lo largo de los pasillos abandonados, ofreciendo a los pocos exploradores autorizados un espectáculo casi irreal.
Estudios geológicos recientes han revelado que estos yesos contienen pequeñas inclusiones de salmuera fósil, útiles para reconstruir el clima y la composición de las aguas antiguas — testimonio de un microecosistema evaporítico que permaneció sellado bajo tierra durante milenios. Visitarlos significa rozar con la mirada un capítulo olvidado de la historia minera siciliana y descubrir cómo, incluso en las entrañas de la tierra, la naturaleza sabe esculpir obras de arte cristalinas.