La leyenda, transmitida de generación en generación, narra que, al no poder casarse con él debido a las órdenes del rey, el conde quiso aun así darle un destino noble y la confió a Bernardo, su fiel castellan. Beatriz se convirtió así en la señora de la fortaleza, recibiendo el título de “Castellana”, que hizo famoso el castillo y sus piedras, cargadas de un encanto atemporal. De su unión nació una hija, símbolo de un amor obstaculizado pero finalmente realizado en la sacralidad del vínculo matrimonial.
En el relato popular, la joven señora recorría las torres con un vestido blanco y un velo dorado, repartiendo pan y aceite de oliva a los campesinos, quienes le agradecían entonando canciones durante la siega. Se dice incluso que sus lágrimas, derramadas desde una ventana del torreón durante la despedida al conde, dejaron un surco en la piedra, visible —según los más románticos— en algunas noches de luna llena.
Aún hoy, paseando por el casco antiguo, los guías señalan la “ventana de Beatriz” y el patio donde acogía al pueblo, transformando las habitaciones en lugares de misericordia y fiesta. En verano, la recreación histórica celebra su figura con desfiles con trajes de época, luminarias artesanales y banquetes por las calles, mientras el eco de sus virtudes resuena en los callejones. Así, entre mito y realidad, la leyenda de la Bella Castellana sigue otorgando a Delia un halo de misterio y belleza, invitando a los visitantes a descubrir un pasado donde el amor y el coraje moldearon la historia de un pequeño feudo siciliano.